Nature knows the answer/ La naturaleza tiene la respuesta
(Español tras la foto)
Hope
My father’s death, exactly a year ago, made me feel loss and absence for the first time. The deaths of my grandparents, years before, were painful but the sorrow was softened because it was a natural progression, they had long lives; “the law of life”, they say in my hometown. It was different with my father, too soon, too far, too much. His death removed layers from my shield and made me empathize and feel more so many other collective losses, such as the millions of people killed by the pandemic, the biodiversity loss in our planet or the destruction of human rights worldwide. This is a time when we must deal with loss, specially globally. In this context, is there place for hope?
I am not sure it is an evolutionary mechanism or just nature’s determination to create more life, but the feeling of loss cannot be inherited. My dad’s passing is much more painful to me than to my 22-month-old nephew, and the sorrow of my grandparents’ passing does not even exist for him. The same happens with the destruction of our planet. The generations that currently inhabit this planet regret the decline of rivers and the destruction of forests, but we only compare them to how we saw these rivers and forests when we first got to know them. If we could grasp and feel their destruction as compared to how these ecosystems were before we were born, our sadness would be unbearable (and probably the social unrest too). Daniel Pauly, a marine biologist, coined “shifting baselines” in 1995 to refer to this constant readjustment. Each generation has their own “new normal”, just to use a beloved pandemic term. For my grandfather, degradation meant not being able to swim in the river, as he had done as a teenager; for me, it means that fish are full of plastic and water full of nitrates; for my nephew, it might be that the river does not flow at all for half of the year.
Before we open the pandora’s box of apocalyptic scenarios and conspiracy theories, I would rather confess that I do think there is hope. There is no alternative actually. We must keep on working so future generations find rivers and forests in better shape we found them, where they can connect and feel in sync with all the beings on Earth. The same way a forest fire destroys life, it also creates new life by germinating seeds that need fire to do so. We cannot even fully understand our planet’s regenerative capacity, and our own capacity as part of it. Also, staying home lamenting what we lost or fearing what comes next does not sound like an exciting and life-creating scenario.
A few days after my dad’s death, my girlfriend and I went for a hike in the mountains surrounding my hometown. She jokes about my inability to see wildlife, a while ago I almost stepped on a two-meter rattlesnake if she had not warned me. That evening, walking just at the edge of town in semiarid landscapes I know so well, I saw a fox, two wild goats and two deer, in a couple of hours. I could not believe it. As usual, nature knew the answer.
Take care,
Jose
(Scroll up for English)
Esperanza
La muerte de mi padre, hace exactamente hoy un año, me expuso por primera vez al sentimiento de pérdida, de ausencia. Los fallecimientos de mis abuelas y abuelos, años antes, fueron dolorosos pero la pena venía amortiguada por la naturalidad de su muerte, habían tenido vidas largas; “ley de vida”, dicen en mi pueblo. Con mi padre fue distinto, demasiado pronto, demasiado lejos, demasiado. Su muerte quitó capas a mi coraza y me hizo empatizar y sentir más otras muchas pérdidas colectivas, como los millones de vidas que la pandemia se llevó, la pérdida de biodiversidad en nuestro planeta o la violación de derechos humanos alrededor del mundo. Es una época de lidiar con la pérdida, especialmente a nivel planetario. En este contexto, ¿hay lugar para la esperanza?
No sé si por un mecanismo evolutivo o simplemente porque la naturaleza se empeña en crear más vida, el sentimiento de pérdida no se hereda. La pérdida de mi padre es mucho más dolorosa para mi que para mi sobrino de 22 meses, y la pérdida de mis abuelas y abuelos ni siquiera existe para él. Lo mismo ocurre con la destrucción de nuestro planeta. Las generaciones actuales lamentamos el deterioro de ríos y la destrucción de bosques, pero lo hacemos en comparación a cómo conocimos nosotras esos ríos y bosques. Si pudiéramos comparar y sentir la destrucción respecto a cómo estaban esos ecosistemas en tiempos de nuestros antepasados, antes de que naciéramos, el dolor sería inaguantable (y seguramente la crispación social también). El biólogo marino Daniel Pauly en 1995 acuñó el término “referencias cambiantes” para referirse a este reajuste constante. Cada generación tiene su “nueva normalidad”, por usar ese lenguaje que tanto gustó durante la pandemia. Para mi abuelo la degradación era no poder nadar en el río, como había hecho durante su juventud; para mi es que los peces del río están llenos de plástico y el agua llena de nitratos; para mi sobrino quizás será que el río no lleve agua la mitad del año.
Antes de meternos en escenarios apocalípticos y teorías de la conspiración, prefiero confesar que sí creo que hay lugar para la esperanza. Para mí, no hay otra opción. Toca caminar y seguir trabajando para que las generaciones futuras se encuentren ríos y bosques mejores que nosotras los encontramos, donde puedan conectar y sentirse en armonía con el resto de los seres vivos con los que compartimos la Tierra. Al igual que un incendio en un bosque, además de destruir, hace germinar semillas que necesitan el fuego para ello, la capacidad de regenerar de la Tierra, y de los humanos como parte de ella, es mayor de lo que todavía podemos entender. Además, la alternativa, quedarnos en casa lamentándonos por lo que se ha perdido o temiendo lo que se avecina, no suena como un escenario emocionante ni conducente a la vida.
Unos días después de la muerte de mi padre, mi novia y yo salimos a dar un paseo por las montañas de mi pueblo. Ella siempre hace chistes porque tengo mucha dificultad para ver animales, hace tiempo incluso estuve a punto de pisar una serpiente cascabel de dos metros si no hubiera sido porque ella me avisó. En esa tarde, caminando prácticamente en las afueras del pueblo en los paisajes semidesérticos que tantas veces he recorrido, pude ver un zorro, dos cabras montesas y dos corzos en el trascurso de apenas dos horas. No lo podía creer. Como siempre, la naturaleza tenía la respuesta.
Hasta pronto,
Jose
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